El fútbol samba naufragó ante el fútbol control y efectivo de una Italia tocada por la varita mágica de Paolo Rossi. Salvo contadas excepciones, la selección brasileña nunca ha vuelto a deleitar al mundo con la esencia de su juego bonito. Precisamente lo que le faltó a Brasil para ser un equipo perfecto fue un goleador del calibre de Paolo Rossi. Pocas veces ha acudido el seleccionado brasileño a una cita mundialista con delanteros de tan bajo nivel como en España.
En una época de globalización pocas son las selecciones que mantienen su esencia. Brasil es posiblemente el caso más claro. A partir de Italia '90 la Canarinha comenzó un proceso de Europeización, que le ha llevado a ganar dos mundiales, pero sin la magia de épocas pasadas. El cuadrado mágico formado por Falcao, Cerezo, Sócrates y Zico cedió su lugar a un trivote (casi cuatrivote) con Dunga, Mauro Silva, Mazinho y Zinho. Eso sí, estos últimos ganaron un mundial.
Waldir Peres, del Sao Paolo, defendió con solvencia el marco.
Leandro, jugador del Flamengo, era un fino lateral derecho.
Junior, compañero de Leandro en Flamengo, era el lateral izquierdo del equipo. Integrante de una larga tradición de laterales zurdos brasileiros.
Óscar, defensa indiscutible en los mundiales del 78 y del 82.
Luisinho formó tandem defensivo con Óscar y fue incluido en el once ideal del torneo.
Toninho Cerezo, la brújula y el equilibrio en el corazón de la cancha.
Paulo Roberto Falcao, su talento organizador hacía jugar al equipo. Uno de los grandes de su época.
El doctor Sócrates era todo elegancia en la cancha.
Arthur Antunes Coimbra "Zico" ídolo de millones de personas y espejo de todos los niños que soñaban con ser futbolistas.
Eder "el Cañón", extremo izquierdo demoledor.
Serginho, cinco partidos y dos goles, pobre bagaje para un delantero centro de la selección de Brasil.
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