Corría el verano de 1990, la Juventus de Turín acababa de firmar a un joven talento procedente de la Fiorentina, Roberto Baggio, que presentó ante el mundo su candidatura para (en un futuro cercano) formar parte del Olimpo Futbolístico. Su credencial, un soberbio gol ante Checoslovaquia en el tercer partido de la primera fase del Mundial'90.
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