Desde tiempos inmemoriales el fútbol es un juego de equipo, donde cada jugador, como en un tablero de ajedrez, tiene una función, el más maravilloso de los deportes y justamente por eso, el que levante los debates más apasionados. En 1986 con Diego Armando Maradona en plenitud de facultades, exultante e insultante, la selección argentina levantó su segunda (y hasta ahora última) Copa del Mundo. Para muchos aficionados aquel equipo eran el Pelusa y diez más, lo que constituye una tremenda injusticia para el resto del plantel. Al ajedrez no se juega con con dos reinas y si Diego se hubiese bastado solito, también habría ganado el mundial de Italia '90. Es cierto que Argentina llegó a México con más dudas que certezas, sufriendo hasta el último partido de clasificación contra Perú, pero once tuercebotas no ganan un mundial por casualidad.
Carlos Salvador Bilardo reunió un ramillete de jugadores experimentados, que reunían una suculenta colección de trofeos, y puso en juego un once bastante definido. Aunque Maradona ponía la magia y era capaz de realizar jugadas estratoféricas, estuvo acompañado y bien arropado por diez futbolistas más que interesantes.
Carlos Bilardo, más que un entrenador, un auténtico sargento, un centurión de la legión romana un estratega para el que cada partido era una batalla y un campeonato una guerra. Una mentalidad ganadora por encima de todo, un tipo obsesionado por controlar hasta el más ínfimo detalle.
Nery Alberto Pumpido dueño absoluto de la meta Argentina. Titular en todos los partidos, del primero al último. Fue una de las sorpresas ya que Bilardo decidió prescindir del Pato Fillol.
José Luis Brown, convertido en líbero en el sistema de Bilardo. Llegó al mundial sin equipo y ocupó el lugar que debería haber sido para un histórico, Daniel Pasarela. Pero el bueno de Brown cumplió e incluso marcó un gol en la finalísima. Curiosmente el único gol que anotó con la albiceleste.
Óscar Alfredo Ruggeri, el Cabezón, fue jefe de la defensa argentina en tres mundiales (México, Italia y Estados Unidos) y cuatro copas de América. Su palmarés con la selección impresionante, un mundial, un subcampeonato y las dos copas América del 91 y 93.
José Luis Cucciufo, ocupó el lugar de Clausen lesionado en el primer partido contra Corea del Sur, y demostró su saber estar, marcando a jugadores de la talla de Enzo Francescoli o el alemán Rudi Voeller, y consiguiendo neutralizarlos.
Óscar Garre, un tipo forjado en la cancha que llegó a disputar más de 600 partidos con Ferro Carril Oeste. Disputó los primeros cuatro partidos del mundial, pero a partir de cuartos de final Bilardo abandonó el 4 – 4 – 2 para adoptar un 3 – 5 - 2 y Garre salió del equipo.
Julio “el Vasco” Olarticoechea, uno de esos jugadores que nunca se esconden, que siempre dan la cara. Un futbolista de gran inteligencia táctica, de esos que todos quieren tener como compañero.
Ricardo Giusti ponía un punto de equilibrio en el centro del campo de la selección y también de Independiente de Avellaneda, con quién consiguió la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental del año 1984. Según Bilardo el jugador que mejor interpretaba sus ideas.
Sergio Batista, otro futbolista imprescindible en cualquier equipo y otro integrante del plantel con la copa libertadores, la conquistada con Argentinos Juniors en 1985. Argentina ganó tres copas libertadores consecutivas, Independiente en 1984, Argentinos Juniors en 1985 y River Plate en 1986.
Héctor “el Negro” Enrique, disputó cinco partidos y a partir de cuartos de final se convirtió en titular indiscutible. Enrique coincidió con Pumpido y Ruggeri en River Plate, y este mismo año alzaron mundial, copa libertadores y copa intercontinental, un triplete al alcance de muy pocos jugadores.
Jorge Valdano ya era una estrella consagrada cuando llegó a México. El Poeta del Gol compartió vestuario con los miembros de la Quinta del Buitre en el Real Madrid, y llegaba al Mundial como campeón de la liga española y de la Copa UEFA. En el campo era el socio perfecto del Diego.
Cuando pienso en Jorge Burruchaga tengo la sensación de estar ante un jugador infravalorado. Pienso que el mundo del fútbol en general, y el argentino en particular, ha sido un tanto injusto con él, y cuando se confeccionan listas de futbolistas históricos, lo ponen por detrás de otros jugadores que ni son mejores que él, ni han ganado lo que él, ni han sido tan regulares como él. Jorge Burruchaga fue un jugadorazo, indiscutible durante dos mundiales consecutivos (1986 y 1990) en los que no se perdió ni un solo partido.
El resto de los jugadores convocados, o bien no jugaron ni un minuto, o bien su aportación fue testimonial, si exceptuamos quizás a Pedro Pasculli autor de un gol en octavos de final que sirvió para eliminar a la siempre rocosa Uruguay.
La argentina campeona del mundial de México 1986 era un equipo cuya base jugaba en el fútbol argentino, en una época en que era una ligar más competitiva y exigente que muchas ligas europeas. Unos jugadores, que con sus dudas, creían en su técnico y en la victoria, y estaban implicados con la selección, con su país y con un sueño, levantar la copa. Y además, contaban con Diego Armando Maradona en estado de gracia perpetua.
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